"¡Hasta la final... hasta la final!" cantaban todos. Juan Martín del Potro era el eje. No quería hacer otra cosa que festejar. No le importaba otra cosa que saltar y cantar. Le había dado a la Argentina la clasificación para la final de la Copa Davis en el quinto punto. Y a su alrededor estaban todos. Un Nalbandian para quien la victoria del tandilense fue un gran desahogo tras su derrota. Calleri y Cañas, bañados. El cuerpo técnico rodeándolos. Los entrenadores y colaboradores observando orgullosos. Y los chicos de las hinchadas particulares, la de Delpo y la de David. Tandilenses y cordobeses, todos juntos, como en el estadio, con los bombos, el redoblante y lo que fuere que sirviera para la batucada enloquecida. Una jornada que había empezado con camperas hasta el cuello terminaba con un baño general de champagne, cerveza y agua que no alcanzaba para apagar el fuego de tanta pasión.
"Muchachos: de acá no se va nadie. Hay asado para 60 personas", dijo Luli Mancini, el capitán, el hombre que supo amalgamar a una camada histórica de tenistas argentinos que va por el sueño total: ganar por primera vez la Copa Davis. Los jugadores sabían que los esperaba una comida, por eso la explosión vino por el lado de la hinchada.
En la cancha, el festejo llegó de adentro hacia afuera. Por eso Delpo invitó a todo el equipo a subirse a la tribuna, donde estaba la barra, para cantar unidos: "¡Argentina, Argentina, Argentina!"
Ya es de noche en Parque Roca y el asado espera, pero la fiesta sigue. Nalbandian se pasea feliz, a puro baile, sudado, mojado, con un gorrito de cocinero. Si el festejo desatado por los jugadores ayer pudiera tomarse como una medida de lo que significa llegar a la final de la Copa Davis, no debe haber dudas: tiene claro que el objetivo es bien grande.
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